Por Fernando Muñoz
Cuando el señor de la noche sale a pasear,
lo hace con su traje oscuro y elegante
como un cuervo de alas afiladas...
Va cortando las horas para penetrar
en las tinieblas,
para entrar en los sueños de los durmientes
y para acarrear el oscuro tiempo en sus bolsillos.
Cuando el señor de la noche
atraviesa la niebla,
lo hace con sus grandes ojos negros.
Muy abiertos.
Para ver lo invisible y palpar lo impalpable,
para captar el pulso monótono,
monótono y casi silencioso de las penumbras más oscuras
y de los rincones más alejados.
Cuando el señor de la noche
termina su jornada,
le queda el sabor dulce del vino en la garganta.
Y un amanecer distinto cada día.
Y una noche de secretos guardados,
en lo más profundo de su alma.
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